martes, 9 de agosto de 2016

El día que más había soñado

Pavilhão 2, Riocentro - Barra da Tijuca, Rio de Janeiro.



Pasé 8 años de mi vida imaginando que algún día sería posible ver en vivo una medalla de oro de un deportista colombiano, y para que ocurriera, necesité 2 años de planeación. Río 2016 me dio la oportunidad de ensueño de mi vida y Óscar Figueroa lo hizo una realidad. No fue fácil, pero indiscutiblemente nunca voy a olvidar la travesía de día que pasé para poder cumplir mi sueño.

Mi itinerario del 8 de agosto de 2016 comenzó con el pensamiento de aprovechar los Juegos lo mejor posible. Desde la mañana pensaba "tengo que ver al mayor número de deportistas colombianos en competencia". Tenía la programación del día a la mano; mi meta era ver a Lina Rivas de 58 kgs a las 3:30 pm y Óscar Figueroa de 62 kgs a las 7:00 pm, sabiendo que ambos luchaban por medallas en levantamiento de pesas. Saliendo de Laranjeiras, el barrio tranquilo de la zona noble de Río donde paso mi estadía, me despedí de la familia donde me hospedo y el celador del edificio, prometiendo un oro a mi regreso, casi como si se tratara de mi compitiendo en representación de Colombia. Tomé un omnibus hasta Copacabana, pensando en buscar el transporte que como periodista afiliada a la prefeitura de Río me habían prometido. El omnibus sale todos los días cada 20 minutos desde el estadio de voley de playa y llega directo al Parque Olímpico, ubicado en Barra de Tijuca, el barrio designado para alojar a la Villa Olímpica, donde también se ubican los escenarios deportivos para baloncesto, gimnasia artística, rítmica y de trampolín, ciclismo de pista, judo, taekwondo, entre otros. Sin problemas de tráfico, lo ideal es llegar en una hora, luego se puede tomar un omnibus a Riocentro que también sería gratuito para periodistas afiliados y en total llegaría en 1 hora y 15 minutos a mi destino. Sin embargo, como la Villa Olímpica está saturada de periodistas, deportistas, dirigentes, políticos y demás personas encargadas de la logística de los Juegos, siempre es probable un poco de demora. 1 hora y 30 fijaba mi llegada.

Me encontré con un inconveniente en mi plan: cuando llegué a Copacabana no me permitieron acceder al transporte para periodistas, pues mi acreditación no era del Comité Olímpico, sino de la alcaldía de Río. No entendía la situación pues hasta el día anterior había podido tomar el transporte gratuito hasta Barra de Tijuca sin problemas. Al final, no pude conseguirlo por lo que opté por el plan b: el metro, que tenía la estación de Copacabana cerca. Tampoco se pudo, pues para llegar hasta Barra de Tijuca necesitaba el boleto comprado que garantizara que iba hasta los estadios determinados para los Juegos. Como no había comprado la boleta, me decidí por un bus común y corriente que me llevara hasta Riocentro, el lugar donde tenía que comprar la boleta para levantamiento de pesas. 

Muy amablemente un carioca que estaba cerca, escuchó mi conversación con la señora de logística de Río 2016 que me negó el ingreso al bus, y me acompañó hasta la parada más próxima. Eran las 2 y media cuando me preparaba para tomar el bus pero nada que llegaba. Ya había aprendido el nombre del omnibus que debía tomar -LSD10 Ríocentro- pero Luciano, el carismático carioca, quería estar seguro de hablar con el conductor para que él me ayudara hasta mi destino, por eso decidió acompañarme un par de minutos más. Hablaba todo el tiempo de Allison, el reconocido jugador brasileño de voley playa, decía que iba para el juego y aseguró ser su primo. Lo realmente considerable es que por unos 20 minutos me dirigió hasta otra parada donde conseguiría un autobús más rápido, pues ya pasaban las 3 de la tarde y no alcanzaría a ver toda la competición de Lina Rivas. En el punto final del bus, como Luciano dijo que se llamaba, nos informaron que esa línea tiene problemas porque pasa cerca de la Villa Olímpica y el tráfico está congestionado todo el tiempo porque Río en agosto no dormiría pues hay buses saliendo de Barra en todas las horas del día. Finalmente cuando llegó el bus, el conductor dijo que hasta Riocentro no llegaría pues estaba cerrado hasta antes de la parada. Luciano habló con el conductor y quedamos en que el me diría donde bajarme y que omnibus tomar para llegar a Riocentro. Agradecí a Luciano y él se marchó a su juego a las 4:05 pm, cuando ya había iniciado a las 3:30 pm.

El trayecto era larguísimo. No podía creer que Río fuese tan grande; sólo pensaba en que me dirigía a un barrio pero parecía que salía de la ciudad. El tráfico tampoco ayudaba y ya me estaba desesperando. A las 5 y media seguía en camino a Riocentro y sabía que no vería a Lina Rivas en competencia, pero seguía teniendo la opción de buscar una boleta para ver a Óscar Figueroa, medallista de plata en Londres 2012. Pasados unos minutos, un joven y dos señores me dijeron que lo mejor era tomar un BRT expresso. Al principio entendía "verde" pues en portugués es similar la pronunciación pero resultaron ser unos buses azules muy parecidos al transcaribe, y también tenían un carril propio por lo que no padecían del tráfico en Barra. El chico me explicó que hacer cuando llegue y los dos señores me acompañaron hasta la estación. Ellos debían tomar ese mismo bus, pero muy amablemente me regalaron una tarjeta para el transporte; la cargué con tres pasajes según se recomendación y me dispuse a hacer la fila. Ese fue el momento más desesperanzador del trayecto; alcancé a pensar que había perdido 5 horas del día. Tenía tanta gente por delante en la fila, que empecé a calcular la hora de regreso. Sin embargo en mi cabeza repetía una y otra vez que la esperanza es lo último que se pierde y simplemente esperé. 

A las 6:10 pm empecé a hacer la fila y a las 7:15 pm llegué a la estación Río 2. Mientras caminaba hasta encontrar un sitio de información de compra de boletos, hablaba por whatsapp con un periodista del Comité Olímpico Colombiano que muy gentilmente me daba detalles de la competición. Decidí correr para agilizar las cosas. A pesar del esfuerzo sólo hasta las 8 pm pude obtener mi boleta. La chica que me atendió me preguntó si estaba segura pues restaba 1 hora y debía tomar otro ómnibus o caminar por 15 minutos, pero yo estaba convencida de que valía el esfuerzo ver el final de la presentación de Figueroa. Le di los $70 reales, alrededor de $70 mil pesos colombianos, y me dispuse nuevamente a correr. Por momentos parecía una carrera de atletismo, cuando me cansaba trotaba, pero siempre iba lamentando las distancias tan largas y diciéndome a mí misma "Joda Óscar tiene que ser de oro por todo esto". A la estación del bus llegué a las 8:10 aproximadamente, unas chicas brasileñas me vieron agitada y me preguntaban de todo. Cuando estaba esperando el ómnibus, recibí un mensaje a whatsapp de que Óscar estaba primero. "Va derechito al oro" releía la conversación, y pedí auxilio a los dioses para que el bus llegara rápido y yo pudiera ver al menos el final de la competencia. Me ayudaron de inmediato porque el bus no tardó y recibí ayuda de gente en el camino. 

Forrest Gump apareció de nuevo. El pantalón se me empezaba a caer, la bandera se me zafaba a ratos, los zapatos se aflojaron bastante y mi cabello estaba hecho un desastre, todo eso mientras sudaba mucho. Recuerdo que mientras me secaba el sudor de la frente, pensé que afortunadamente salí de casa sin maquillaje. Los turistas me veían apurada, algunos me animaban, otros simplemente gritaban a la distancia "¡Colombia, Colombia!" y yo corría e iba preguntando la dirección del estadio, que también está a unos 15 minutos del ómnibus que supuestamente me dejaba en frente. Pero en poco tiempo me acostumbré que el carioca llama "pertinho" a todo lo que esté a menos de 20 minutos a pie. 

Vueltas y más vueltas pero finalmente llegué. Al ver tantos colombianos emocionados, no pude contener las lágrimas y mi primer pensamiento al llegar al Pabellón 2 de Riocentro fue "Todo valió la pena... aquí viene mi recompensa". No me había sentado aún y ya estaba temblando porque la pantalla marcaba como primero a Óscar. Pensaba que todo el esfuerzo de la tarde valía la pena si escuchaba el himno nacional de fondo en el escenario de forma circular donde desde cualquier ángulo era posible ver de cerca a los atletas. Vi el último registro de Óscar, impecable y con todo el apoyo de cientos de fanáticos de Colombia, la mayoría ubicados en el centro por lo que él cuando competía solo veía una gran mancha amarilla que coreaba su nombre y el del país. La mayoría de los que llegaron eran de Comité Olímpico, pues tenían la vestimenta oficial. Los turistas colombianos en su mayoría eran del interior, de hecho, igual que en el mundial casi no vi negros colombianos. 

Luego pasaron Indonesia y Kazajistán, el último se retiró aplaudido tras intentar los 179 kgs y fallar. No podía creer que después de semejante osadía había logrado cumplir mi sueño de ver una medalla de oro para mi país en unos Juegos Olímpicos. Le hablaba a mi familia y unos pocos amigos mientras esperaba el último tramo de la competencia, y les contaba cuan emocionada estaba. El suspenso aumentó cuando el indonesio subió en su último intento pues intentaba superar a Óscar con 179 kgs, pero falló y ningún colombiano en el Pabellón 2 ocultó su alegría. Ahora sí sabíamos que la medalla era nuestra, estaba asegurada la primera para la delegación nacional y afortunadamente era oro, la primera conseguida por un hombre en la historia olímpica de Colombia. Bravo Óscar, no me cansé de gritarlo. Pero faltaba el último intento. En silencio todos. El nerviosismo era igual que como si no supieramos que ya había ganado. Al desistir de los 179 kgs, los aplausos colmaron el escenario y Figueroa estalló en llanto. Todos los espectadores colombianos nos veíamos incrédulos por presenciar lo que seguimos por tv por varias décadas, y ahora eramos parte de esa nueva historia que se escribe en Río 2016. 

Todos esperábamos el himno. Yo estaba con los ojos aguados y tenía una sensación increíble de satisfacción. Estando tan cerca, todo se sentía como si yo subiera al podio y recibiera la medalla y colocara mi mano derecha en mi pecho para cantar con orgullo el himno. Y era algo parecido, porque estaba supremamente orgullosa de mi misma. No desistí de la posibilidad de cumplir el sueño a pesar de que el día no fue nada fácil pero mi perseverancia me enorgulleció. Es así, si somos capaces de reconocer nuestros defectos también es saludable contemplar las cualidades o momentos donde nos aplaudiríamos y yo lo hice esa noche porque mi tenacidad fue impresionante. 

Nos pusimos de pie y cantamos el himno. Fue un bellísimo momento donde los colombianos no procuramos cantar con moderación. Nadie pensaba en desentonar, sólo queríamos escucharlo en coro. Cuando llegó mi parte favorita "Oh gloria inmarcesible, oh júblio inmortal" me emocioné tal vez como nunca en la vida. Lo único comparable fue cuando también en Brasil, canté el himno con furor en el partido Colombia vs Costa de Marfil en el Mané Garrincha de Brasilia. Fue la misma hermosa sensación. Ambas situaciones describían a la perfección porqué me gusta tanto esa pequeña estrofa del himno: el deporte colombiano llegaba a ser glorioso y yo sentía un orgullo indescriptible. 

Mientras grababa la premiación pensaba en mostrárselo a mi mamá, la artífice de todo esto. Estaba segura de que estaría orgullosa de mí, porque cuando me decidí a estar en Río 2016 ella fue la primera en apoyarme, como siempre. Le debo todo, especialmente mi felicidad. Los brasileños estaban asombrados de la cantidad de colombianos presentes y nos felicitaban por el triunfo marcado en dorado en todo el escenario pues el amarillo fue inminente. Óscar daba entrevistas y la gente sólo quería saludarlo pero la logística solo permitió saludos y agradecimientos a la mínima distancia entre el pasillo de periodistas y aficionados. Los colombianos salimos contentos a buscar el transporte y fue ahí cuando caí en cuenta que necesité unas 10 horas para presenciar unos minutos de pleno goce, pero alcancé mi meta y todavía queda mucho en juego. Que genial es cuando depositas confianza en alguien y te recompensa de la manera más noble posible. Eso hacemos los fanáticos, apostamos en positivo. No siempre ganamos, pero esta vez ganar se quedó corto. Había imaginado tantas veces cómo sería el día que lograra hacerlo, pero fue completamente distinto a cualquier pensamiento previo. No fue como lo imaginé, fue más interesante y ahora puedo decir que el 8 de agosto me cumplí a mi misma para siempre, y tengo otro gran sueño cumplido.



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